lunes, agosto 31, 2009

Hermoso es el placer de estar equivocado, pero para disfrutarlo debe reconocerse que se ha cometido una equivocación. Ese descargo de terminar con aquello cada vez más torcido, y también con la oportunidad de remediarlo antes de torcerse, pues ya encontrada la equivocación bien torcido se está. Irremediable equivocación, ese placer de haber transgredido la línea creyendo estar en lo correcto, rastreando pistas supuestas, situación por la que una vez concluida te ofreces paliativos, revolviendo tus memorias en busca del error y regodeándote de cuán lejos te fuiste de la línea, y qué tan interesante fue tu mundo equivocado, fantasía que entiendes mejor que nadie y será tuya por siempre, tu propio universo. Como una obra de arte, que incluso erigida y construida por mentiras, sin importar cuán engañosa sea, no puede mentir, es lo que es y tú verás lo que veas, o lo que sea que hagas con ella. A menos que no la consideres arte, que es lo que harán quienes sepan tu equivocación y persiguen lo correcto. Además, reconocer la equivocación es tener la certeza de haber estado equivocado, un simple ejercicio de voluntad que te devuelve a un estado previo pero seguro. Más difícil es estar en lo correcto y que te crean equivocado, una prueba terrible de querer mantener tu posición. Pero puedes dormir plácidamente y con tranquilidad si das cabida a la idea de que al final, allá a lo lejos, estábamos todos equivocados.
Pero este es un placer que requiere esfuerzo. Debiste buscar lo correcto, y la calidad de esta búsqueda es la calidad de tu equivocación.
Estaba equivocado. No dije siempre la verdad porque no quise o porque no la conocí. Tener una preocupación menos parecía algo bueno. Quizá siempre estuve enfermo y torcido. ¿Y desde hace cuánto estamos equivocados?