miércoles, diciembre 31, 2008

El problema es el otro problema; siempre lo fue, siempre lo será. Un problema bien resuelto es un problema subyacente mal o parcialmente resuelto, y así desde y hasta siempre. Apenas llegas a la solución de uno, aparece una pequeñez que hasta puede resultar lejana, pero cercana se hará, no te quepa duda. Ya entrado en estas experiencias, la concreción de la solución a un problema que nos quitó el sueño ofrece, además, el olfateo del nuevo problema. Lo interesante es que este nuevo problema es aún más viejo que el que acabamos de resolver. Es como si nos hubiéramos decidido a lidiar y resolver el problema más grande de nuestra vida, paso a paso, con mucha meditación e inteligencia, como una bestia al acecho ganando terreno frente a la presa... sin embargo, con el problema resuelto pareciera que en algún punto hubiéramos seguido el camino incorrecto y resolvimos el problema equivocado. Pero eso es sólo una apariencia; probablemente resolvimos aquello que queríamos resolver. Resolvimos el verdadero problema, pero no el otro problema. Maldito otro problema.
Casi podemos tocar la solución al otro problema. De hecho, aún sabiendo que habrá otro problema, su carnada es el problema que vemos, y resuelto éste, él será la carnada para el otro problema, aún más profundo que él. El tema es que, si no resuelves problemas, entonces, ¿qué haces?